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Melisa Rodríguez: «Hay quien trata de prostituir la terminología del feminismo»

Jorge Bustos - El Mundo - 16/08/2017 @ 03:11

MELISA RODRÍGUEZ.

31 años, mirada clara, la dulzura del acento canario apenas filtra su carácter decidido. En política prescinde de modelos: es demasiado pragmática para permitirse mitomanías. Si duda, no lo exterioriza. Si se equivoca, se consuela pensando que eso la hará más fuerte Llega para quedarse. Con permiso de los votantes.

 


Es la mujer más joven con mando en la plaza liberal-progresista, aunque confiesa que nunca ambicionó el trono de hierro de la política. A juzgar por su biografía, variopinta y nómada, podemos creerla. Pero a juzgar por lo bien que se adapta su carácter a la guerra de posiciones que libran los partidos en campos de batalla con moqueta, no nos imaginamos a Melisa Rodríguez(Londres, 1986) fuera de una comisión parlamentaria o un airado debate sobre el tarifazo. Nació en Londres aunque se dice de La Palma, «la isla más bonita de Canarias». Se licenció en Arquitectura por la Politécnica de Barcelona, donde aprendió la lengua catalana y el orden racional de una ciudad diversa donde el anonimato se confunde con la libertad. Superó un proceso de selección de 900 personas para acceder a su estudio de arquitectura favorito, que la mandó a la India a trabajar 17 horas diarias con olímpico desprecio de lo estipulado en el contrato laboral. «Nadie puede darme lecciones de lo que es tener que salir a ganarse la vida», se ufana. También vivió en Cabo Verde, donde dormía en tienda de campaña y se duchaba en el mar. «A mi regreso aprendí a valorar la ducha, el agua caliente, como nunca imaginé. Y sin embargo allí eran felices. Te preguntas qué nos falla aquí para no serlo teniéndolo todo». Quizá montando jaimas en la Carrera de San Jerónimoganaríamos en fraternidad nacional. O no.

Melisa rara vez pasa más de cuatro días seguidos en la misma ciudad. Ha encontrado una forma revolucionaria de salvaguardar su ocio: identificarlo con el trabajo. «La vida privada queda reducida al mínimo y la echas de menos. Yo suelo ir a Canarias todas las semanas pero no a mi casa: llevo dos meses y medio sin ver a mi familia». En Ciudadanos se encarga de las áreas de Juventud, Energía y Medio Ambiente, de dirigir la formación en Canarias, de la portavocía adjunta en el Congreso y de tomar ideas de ALDE (Grupo de la Alianza de los Liberales y Demócratas por Europa) para integrar mejor a los jóvenes en el partido. Sigue en eso el modelo croata: nada de nuevas generaciones ni juventudes socialistas. Se forma a los menores de 35 con talleres específicos y adelante, sin cuotas que filtren el talento con cuentagotas. «Queremos a los buenos, sin mirar la edad en el DNI».

Arquitectura política

La tarea orgánica le ilusiona tanto, afirma, como la legislativa. Habla inglés, portugués por cuenta propia y tiene el básico de esloveno, de modo que podría entablar una conversación de ascensor con la primera dama de los Estados Unidos, que casi se llama como ella. En su anterior reencarnación montó una empresa de joyería, y a menudo lleva puestos los pendientes que ella misma diseña. Cuando se estresa, se pone a dibujar. Algunos en su lugar nos pasaríamos los plenos dibujando.
¿Por qué abandonar una profesión respetable, como la de arquitecto, a cambio de esa fama de pianistas de burdel que gastan los diputados? «Todo tiene vinculación. La arquitectura no es sólo construir edificios. Es concepción del espacio. Te da una visión pragmática de los problemas. Albert a veces utiliza la metáfora de edificio viejo que hay que rehabilitar sin demolerlo». La arquitectura que le gusta es la paisajística, «la que no disfraza un edificio de algo que no es sino que busca la realidad y su conexión con la naturaleza». Y de esa conexión nace la preocupación medioambiental que ella articula políticamente en Cs.

Del despacho de Melisa Rodríguez cuelgan cuadros de huellas descalzas. Los escogió como antídoto contra la vanidad: le ayudan a tener los pies en el suelo. Le pregunto si le molesta que la llamen ambiciosa. Porque ya se sabe que sobre la ambición de las mujeres jóvenes con poder pesan connotaciones de sospecha que no rigen para los hombres jóvenes con poder. «No me considero ambiciosa. Nunca he pedido nada, y estoy aquí gracias a los afiliados. Eso sí, nunca me conformo. Cambié los planos de todo mi proyecto de fin de carrera dos semanas antes de la entrega porque vi algo que no funcionaba».

Su liberalismo suena tan natural que puede causar algún escándalo. Por ejemplo en el feminismo de izquierdas. «Tratan de prostituir la terminología del feminismo. Ser feminista es defender los derechos de la mujer, que son los mismos que los del hombre. Llevar esa defensa a la radicalidad es falso feminismo. Valoro a las personas por su capacidad, independientemente de su género, condición sexual o modelo de familia. Yo aspiro a no ser nunca una cuota, sino a que se me trate en función de mis aptitudes. A mí y a todos. Como si en un partido tienen que ser todas mujeres o todos hombres: yo quiero a los mejores». Y denuncia las contradicciones de la izquierda feminista en dos asuntos concretos: «Hay una izquierda que defiende la autonomía de la mujer para decidir sobre el aborto, y me parece bien; pero ante la gestación subrogada parece creer que no somos lo suficientemente adultas para decidir. O pide fomentar la incorporación de la mujer al mercado laboral pero luego no apuesta por la custodia compartida. ¿Pero queremos la igualdad o no?», se enciende. Todavía recuerda el día en que radicales apostados a la salida del Congreso tras la investidura de Rajoyla tomaron con ella y otras compañeras de Cs que votaron a favor del candidato. «No sé si eran de Podemos o no: sé que cuando salieron los de Podemos les vitorearon y a mí me tiraron monedas y latas de cerveza, aparte de todos los improperios sexistas. Lo que tenía claro es que ni una manifestación ni 20 me iban a hacer salir por la puerta de atrás: a mí también me ha puesto aquí la gente». Melisa Rodríguez comparte iniciales con el presidente del Gobierno, pero de momento sólo se ve de diputada. «Mi madre me dice siempre que deje de soñar, porque cuando te das cuenta el día se fue y no has disfrutado nada». Que lo disfrute, pues.

 


Con las raíces a cuestas

Melisa es hija única. Cuando salió elegida diputada, sus padres supieron que dejarían de verla con la frecuencia deseada. Para que no olvidara sus raíces, le regalaron una expresión dialectal tallada en madera: «Ños». Interjección canaria que manifiesta sorpresa o admiración. «¡Ños, qué circo es este!», podría haber exclamado al llegar al Parlamento. Lo cierto es que Rodríguez se ha amoldado tanto al vértigo político que lo que lamenta de las campañas es no poder estar en más sitios a la vez. «Son muchas islas y no puedes multiplicarte». Ños, qué afición la suya.

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